Las sombrías predicciones de una investigación reciente apuntan a la desaparición de coníferas a finales de este siglo por culpa del cambio climático en algunas partes del mundo donde ahora abundan, como por ejemplo el sudoeste de Estados Unidos. Los resultados de este estudio sugieren que los modelos globales pueden haber subestimado seriamente la tasa de muertes de árboles en los bosques.
Lo descubierto por el equipo de Nate McDowell, del Laboratorio Nacional estadounidense de Los Álamos en Nuevo México, muestra tasas alarmantes de pérdida forestal durante las próximas décadas. En concreto, sugiere una pérdida generalizada de un tipo forestal principal, las coníferas del género Juniperus, en el sudoeste de Estados Unidos. Estos árboles podrían desaparecer de la región a finales de este siglo debido al cambio climático, y también podrían resultar gravemente diezmadas las coníferas en buena parte del hemisferio norte.
Los árboles, un valioso sumidero de carbono, se convierten en una fuente de este elemento cuando mueren, así que conocer cómo interactúan con el clima y el ciclo del carbono es vital para conocer cómo se puede mantener el delicado equilibrio de nuestro clima.
El mismo mecanismo que un árbol utiliza para conservar sus reservas de agua durante una sequía prolongada puede ser su perdición: el árbol cierra los estomas para evitar la pérdida de agua, pero esto evita a su vez que entre un nutriente vital para el árbol, el dióxido de carbono (CO2), deteniendo la fotosíntesis. A medida que el aire se va haciendo más caliente y seco, el consiguiente cambio de presión quita más agua a las raíces que la que puede ser suministrada, y la tensión en el sistema vascular de la planta puede ser tan grande que las columnas con forma de pajita dejan de sostener el flujo del agua. El sistema hidráulico puede entonces colapsarse o el árbol pasa por un proceso de inanición, quedándose consecuentemente sin defensas contra plagas de insectos herbívoros y diversas enfermedades, dado que ya no puede secretar la gruesa resina que lo protege. A medida que el árbol se descompone después de morir, el carbono almacenado en sus tejidos es liberado a la atmósfera como dióxido de carbono.
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