Se ha logrado descodificar el primer genoma de un braquiópodo del género Lingula, de un ejemplar de la especie Lingula anatina recogido en aguas próximas a la isla de Amami, Japón, y los resultados de un análisis de los más de 34.000 genes que constituyen el genoma del L. anatina revelan que a pesar de la reputación de “fósil viviente” que tienen los miembros del género Lingula, su genoma está evolucionando activamente.
El trabajo es obra de un grupo de científicos del Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa (OIST), la Universidad de Nagoya y la de Tokio, todas estas instituciones en Japón.
Desde hace unos 500 millones de años hasta hace 250 millones, los braquiópodos, también conocidos como "conchas-lámpara", eran abundantes en los océanos de la Tierra. Hoy, estas criaturas provistas de concha que superficialmente parecen almejas, raramente se encuentran, perdurando sobre todo en hábitats ocultos y en ciertas regiones subpolares de los océanos. Pero el registro fósil, generalmente dotado de braquiópodos de formas diversas, ofrece un testimonio impresionante de la gloria pasada de estos animales.
Los braquiópodos representan uno de los primeros ejemplos conocidos de biomineralización animal, un proceso por el cual organismos vivos fortalecen o endurecen sus tejidos con minerales. Los fósiles más antiguos descubiertos de braquiópodos datan del período Cámbrico temprano, hace aproximadamente 520 millones de años. Los braquiópodos se extendieron rápidamente por todo el mundo y dominaron los mares durante la era Paleozoica y, gracias a sus conchas mineralizadas, dejaron abundantes fósiles.
Los braquiópodos del género Lingula han cambiado tan poco en apariencia desde el período Silúrico (hace entre 443 y 419 millones de años) que Charles Darwin se refirió a ellos como “fósiles vivientes”. Este término induce a la gente a menudo a creer equivocadamente que estos animales ya no evolucionan, algo que el actual estudio ha desmentido de manera inequívoca.
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