La obesidad es un problema creciente en el mundo desarrollado y
también en los países menos ricos. Los cambios en la dieta y en los
estilos de vida están en el centro de las causas relacionadas con este
mal. Pero si es importante lo que comemos no es menos cómo lo comemos y
con quién. Dos estudios señalan que la velocidad a la que se mastica y
las elecciones de los demás influyen poderosamente en nuestra balanza.
En Estados Unidos, la tasa de obesidad ha aumentado de un 14,5% entre
1971 y 1974 a un 35,9% entre 2009 y 2010. España no se queda atrás en
esta carrera siendo la cifra más preocupante la que afecta a los niños: el 19% son obesos y el 26,1% tienen sobrepeso.
Con estos datos, no es raro que cada vez más se realicen estudios
científicos en busca de las causas de este aumento y de una solución
para evitar, además del aumento de peso, una epidemia de otros
problemas: diabetes, enfermedad cardiovascular, etc.
Una de estas investigaciones es la que publica la revista Journal of the Academy of Nutrition and Dietetics
comprobaron cómo afecta la velocidad a la que se come en dos grupos de
personas, uno compuesto por individuos con peso normal y otro, por
sujetos con sobrepeso u obesidad. Así, los dos grupos consumieron dos
comidas. En una de ellas, se les dijo que se tomaran su tiempo para comer,
que imaginasen que no tenían ninguna restricción de tiempo, y que
realizaran bocados pequeños, masticaran repetidamente los alimentos,
pusieran la cuchara en la mesa entre bocado y bocado y realicen pausas.
En la siguiente comida, las instrucciones fueron que imaginaran que
tenían prisa por algo y que tomaran los alimentos a bocados grandes,
masticasen rápido y sin pausas.
Lo que comprobaron los investigadores fue que, en los dos grupos, la comida más lenta les sació más
y se sentían menos hambrientos una hora después de ella. También los
dos consumieron más agua cuando se alimentaron tranquilamente. "La mayor
cantidad de agua probablemente causó una distensión del estómago y
puede haber afectados al consumo de alimentos", afirma Meena Shah, del
departamento de Kinesiología de la Universidad Cristiana de Texas
(EEUU).
Sin embargo, comer más lento sólo produjo una significativa reducción
de la ingesta calórica en el grupo con un peso normal. "Es posible que
las persona con sobrepeso u obesidad se sintieran más autoconscientes, y
esto les hiciera comer menos durante el estudio [lo que derivó a que no
hubiera diferencias entre una comida y otra]", explica Shah.
Por otro lado, también es posible que al sentirse parte de un estudio
les influyera cómo les iban a ver los demás. En este sentido, otra
investigación, publicada en la revista Journal of the Academy of Nutrition and Dietetics,
tras revisar 15 estudios, constata cómo influyen los demás en nuestra
alimentación. Si tenemos información de las elecciones de otras
personas, tanto si eligen una comida baja en calorías como
hipercalórica, nuestra decisión va a dirigirse de forma parecida a la de
los demás.
"Parece que, en algunos contextos, las normas de alimentación pueden
ser una forma de reforzar la identidad de un grupo social, lo que está
en consonancia con la teoría de la identidad social", explica el
principal investigador Eric Robinson, de la Universidad de Liverpool.
"Por esta identidad social, si el sentido de sí mismo está fuertemente
guiado por su identidad como miembro de su comunidad local y se percibe
que esa comunidad se alimenta sano, entonces esa persona podría alimentarse saludablemente con el fin de mantener un consistente sentido de identidad social".
Vía: http://www.elmundo.es/salud/2013/12/30/52c179db22601d205b8b4572.html
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