Según explican en un artículo publicado en el
último número de la revista 'Neuron', el ojo funciona como una cámara
digital, en la cual, la superficie receptora está formada por un
conjunto de píxeles. De este modo, la resolución de la imagen que
proporciona el ojo al cerebro está limitada por el número de píxeles, o
células ganglionares, de la retina.
"Los circuitos
neuronales que forman el núcleo del cerebro interpolan para obtener una
imagen retiniana con mayor número de píxeles y, por lo tanto, mayor
resolución aparente", según ha explicado Luis Martínez, del Instituto de
Neurociencias de Alicante (centro mixto del CSIC y la Universidad
Miguel Hernández), lo que "permite al cerebro incrementar el tamaño de
la imagen retiniana antes de proceder a un análisis más detallado".
Incrementar la resolución por interpolación es algo habitual en el
tratamiento de imágenes. Sin embargo, este proceso tiene una
deficiencia, ya que reduce el contraste local y hace que las imágenes se
vean desenfocadas.
En estos casos, sólo con un
filtro es posible incrementar el contraste local y disimular este
efecto. Y según Martínez, en el cerebro, el problema es similar o más
grave, ya que la resolución final del ojo es de apenas un megapíxel.
"Hemos descubierto que la relación entre los dos tipos celulares
principales del tálamo, dos masas esféricas de tejido gris, situadas
dentro de la zona media del cerebro, permite compensar los efectos
adversos de la interpolación de la misma manera que lo haría, por
ejemplo, una cámara digital", precisa el investigador del CSIC.
Mediante modelizaciones matemáticas, los investigadores han concluido
que los circuitos de la retina y el tálamo implicados en estas dos
operaciones, interpolación e incremento del contraste local de las
imágenes visuales, se generan durante el desarrollo embrionario.
La única limitación es la cantidad de cable utilizada para conectar la
retina con el cerebro, que es la mínima necesaria para generar un
circuito funcional, un principio ya enunciado por Cajal hace más de un
siglo.
Esa necesidad de mantener el tamaño del ojo lo
más reducido posible y la longitud de axones o cables que lo unen con
el cerebro lo más corta posible supone un límite al número de píxeles
que tiene el ojo.
"La razón es que, aunque un mayor
tamaño del ojo mejoraría la calidad y resolución de la imagen, lo haría a
costa de incrementar el gasto metabólico y el espacio requerido para
enviar esa información visual al cerebro. Este problema también se da a
la hora de diseñar dispositivos artificiales de tratamiento de imágenes,
como una cámara digital o una impresora", ha apuntado Martínez.
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