Son las 07:30h de la mañana. Va en el metro y la persona que está
sentada frente a usted comienza a bostezar. A los pocos segundos, no
puede evitar que las comisuras de sus labios empiecen a abrirse y
también sucumbe. No es el único. El fenómeno puede seguirse como un
reguero por todo el vagón.
Que los bostezos son contagiosos es algo bien conocido por todos. Sin embargo, la ciencia no acaba de dar con la explicación de su origen.
Solo los humanos y los chimpancés bostezan cuando ven -u oyen- a un
miembro de su especie hacer lo propio y, aunque hay muchas teorías sobre
las causas de este fenómeno, ninguna cuenta con el respaldo científico
definitivo.
La más extendida -y apuntalada- es que todo se debe a la empatía.
Nuestra capacidad para entender y ponernos en el lugar del otro (una
cualidad que también se ha detectado en primates como los chimpancés)
sería la clave para explicar por qué nuestro organismo imita lo que ve
en el otro como si de un espejo se tratara.
Sin embargo, una investigación publicada esta semana en la revista Plos One
duda de la fortaleza de esta relación y sugiere que tal vez haya que
buscar también en otros sitios el origen de los bostezos contagiosos.
Elizabeth Cirulli, profesora de la Universidad de Duke (EEUU) quiso
analizar a fondo los distintos factores que, hasta la fecha, se habían
asociado con el contagio de los bostezos. Su hipótesis es que conocer
mejor este fenómeno puede contribuir a la investigación sobre
enfermedades como la esquizofrenia o el autismo, ya que se sabe que las personas aquejadas por estos trastornos no se contagian cuando ven a otra persona abrir la boca.
Para llevar a cabo su estudio, reclutó a 328 voluntarios sanos y
les pidió que completaran unas pruebas cognitivas y un cuestionario que
incluían evaluaciones sobre empatía, sueño o niveles de energía.
Además, también tuvo en cuenta datos demográficos y otras
particularidades de cada participante.
Después, cada uno de los voluntarios tenía que ver un vídeo de tres
minutos en el que salía gente bostezando y apuntar el número de veces
que a ellos también les habían entrado ganas de hacer lo mismo.
De los 328 individuos estudiados, 222 bostezaron al menos una vez
durante la proyección. La 'susceptibilidad' detectada fue variable, con
un número de bostezos que variaba entre cero y 15 veces (la media
coincidía con los datos de otros estudios sobre el tema).
Al correlacionar los datos con los obtenidos previamente, los
investigadores no hallaron ninguna conexión poderosa entre los bostezos
contagiosos y la empatía, el momento del día o la inteligencia (otros de
los factores que se han relacionado con el fenómeno).
Lo único que parecía tener cierta influencia sobre los bostezos era la edad.
Los participantes con más años eran menos proclives a imitar a sus
semejantes, si bien este factor sólo permitía explicar el 8% de la
variabilidad en la respuesta.
Vía: http://www.elmundo.es/salud/2014/03/15/53234daaca4741d7318b4571.html
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