viernes, 6 de diciembre de 2013

Alerta en Mallorca por la plaga del escarabajo devorador de palmeras

Quien tiene hoy una palmera en Mallorca tiene una pena. El culpable de esa desazón, que en sólo siete años ha obligado a talar 5.627 ejemplares en toda la isla, sólo tiene de resultón el nombre: el picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus). Una plaga devastadora que no tiene depredador conocido (no hay pájaro que lo quiera) detectada por primera vez en Mallorca en 2006 en el municipio de Campos, y que desde entonces ha avanzado de forma implacable, arrasando cuantos ejemplares toca con su pico afilado.
Un escarabajo de la familia de los coleópteros, originario de Asia tropical, que puede alcanzar en edad adulta los cuatro centímetros de longitud y que una vez arranca el vuelo puede desplazarse a una distancia de hasta cinco kilómetros para depositar sus larvas en la primera palmera que se le ponga a tiro.
Aunque, en un principio, su pista preferente de aterrizaje era la palmera canaria, ahora sus gustos se extienden al resto de las especies, en las que puede dejar hasta 185 huevos. Una vez que nace el gusano, convierte la copa y el tierno florero del ejemplar en un laberinto de galerías, secando unas palmas que acabarán rendidas sobre un tronco seco. Todo en cuestión de semanas, el tiempo que tarda en hacerse un aguerrido y anaranjado escarabajo y continuar un ciclo que en Mallorca tiene en jaque a los 52 municipios de la isla, incluidos los pueblos de la protegida Serra de Tramuntana, Patrimonio de la Humanidad.

Un impacto del 'boom' urbanístico

Su entrada en España, como sucede con otros males que asolan este país, vino asociado al boom de la construcción en el área Mediterránea a caballo entre los dos milenios: nuevas urbanizaciones levantadas por vía de urgencia engalanadas con palmeras ya infestadas procedentes de Egipto. De Almuñécar, donde se detectó por primera vez, pasó a Alicante, Valencia y ahí, hasta el palmeral patrimonial de Elche, Andalucía, Murcia, etcétera.
Desde la organización ecologista WWF-España, Laura Moreno lamenta que por esas ganas de dinero rápido «se saltaron muchos procedimientos de control y aunque ya se sabía cómo venían esas palmeras no se tuvo en cuenta el daño que podían ocasionar».
La observación periódica de los ejemplares es crucial para su detección y la pista clave que delata su acción es simple: si las palmas de más arriba de la corona no son las más largas, es que el picudo ya está allí. A partir de ahí, toca ponerse en combate antes de que sea demasiado tarde.
Desde el Govern balear, que ahora se ha puesto a trabajar a contrarreloj, la recomendación es clara: se han de realizar dos tratamientos fitosanitarios preventivos a todas las palmacias de la zona de vigilancia intensiva (hasta un kilómetro del foco) y a las del área de protección susceptibles de estar afectadas por el insecto. Pero aún no existe ningún tratamiento definitivo para combatirlo (hay pruebas con parásitos a nivel de laboratorio) y la base de todo está en la prevención.

La dejadez de la Administración

En Mallorca, como en el resto de España, la pasividad de la Administración, contribuyó a la extensión de la plaga. Los alcaldes se limitaron durante un lustro a ir recogiendo los cadáveres que el tiempo le dejaba por el camino. En muchas ocasiones, como sucedió en el municipio Pollença en el norte de la isla, dejaban al aire libre los restos de las podas. Una dejadez que puso en riesgo en el caso de Palma un valor patrimonial, según un estudio municipal, de casi 50 millones de euros para un total de 29.000 ejemplares.
A diferencia de otras plagas arbóreas, con el picudo no se puede convivir, como bien comprobaron en la isla canaria de La Palma en la década pasada, el único lugar donde lograron erradicarlo. «Una vez actúa es como la gangrena, la única fórmula que vale es cortar el ejemplar, incinerarlo o enterrarlo a 3 metros para que no salga», apunta Alejandro Asensi, coordinador del área de Infraestructuras del Ayuntamiento de Palma de Mallorca que se desplazó a la isla canaria en 2011 para saber qué habían hecho allí. Desde ese año, no se reponen palmeras en las calles y plazas de la capital balear.
Esta misma semana, en colaboración con la Universidad de las Islas Baleares (UIB), el Govern ha puesto en marcha un proyecto piloto de control aunque circunscrito a los municipios Alcúdia y Pollença. En esta ocasión, la receta se basa en la captura de hembras de picudo rojo mediante trampas que contienen una sustancia que atrae a los escarabajos adultos. En total se han colocado 134 trampas. La inversión, de apenas 25.000 euros, pone en evidencia que barato era el remedio para tanto mal.

Vía: http://www.elmundo.es/ciencia/2013/12/03/529e37ce684341376e8b4575.html

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